Y aunque en momentos nos separen años luz,en
otros, estaremos tan juntos que compartiremos oxígeno, saliva y corazón.A veces recuerdo el momento en que apareciste tú. A
partir de ahí, esa palabra dejo de ser un pronombre tónico, segunda persona del
singular. Porque podría haber sido cualquier otra persona. Pero por cosa del
destino, el buen karma, la suerte, o como quieras llamarlo, apareciste una
noche decorando mis labios, justo tú.
Que desde que llegaste supiste
controlar el punto justo, sabías donde morderme, en qué cantidad quererme. Por
ti olvidé lo anterior, y lo siguiente, borré todo lo que no fueses tú.
Como si cogiera la aspiradora verde que pasó los domingos por la alfombra fea
de mi salón, y con ella aspirase todo lo que no estuviera relacionado contigo,
con tú. Y por eso, un día me encontré, sin ti, en un vacío inhumano,
rodeada de nada, con todo contra mí. Sin ningún pronombre tónico a mi lado,
solamente un yo (y me olvidé de explicar que, si un tú era
bonito, un nosotros saliendo de tu boca ya no tenía precio...) Y yo, sin
ti, solo podía recordar una y otra vez, esa millonésima serie de rasgos que te
hacían tan para mi, y para nadie más. Pero eso es lo que hacen las primeras
persona del singular, que una vez fueron primeras del plural. No son capaces de
recordar cómo vivían antes de ti. Pero eso es cuestión de tiempo. Y de algo de
paciencia. De lágrimas sentada en la baldosa del baño. Yo quizás no te lloré mucho,
solo en compañía de vodka barato. Pero solo quien llora poco cuando alguien te
deja, es consciente de que las lágrimas van por dentro. Y quizás tampoco me
costó sonreír después de que tú te fueras. Pero mi risa tardó bastante en
volver a ser lo mismo.
Al principio, sonaba como un ensayo, como con temor a
que alguien me la robara. Qué tontería, ¿verdad? Ahora que me había robado el
corazón, podría vivir también sin risa. Pero no, nadie me la robó. Y las
lágrimas en las baldosas del baño, pasaron a ser sonrisas en el espejo. El
dolor de corazón permanente, pasó a ser un ligero picor. Aprendí a no llorar al
tenerte a dos metros de mi y recordar las razones por las que me volviste loca.
Aprendí a poder acabar entera la frase no habrá más nosotros. Pero, (siempre
hay un pero), si que hubo más nosotros. Quizás no sea nada, puede que no seamos
nunca más un atisbo de lo que un día llegamos a ser, porque, todo hay que
decirlo, fuimos eternos cuando el sol rozaba nuestros labios. Pero es bonito,
peculiar, y espeluznante, volver a tener en mi vida a mi pronombre personal
tónico segunda persona del singular favorito. Quizás a raíz de todo lo
anterior, ya nada sea igual. Quizás mi pecera esté demasiado ya acostumbrada a
que tú no seas su huésped, y por eso no muero por ti (hace tiempo que dejé de
hacerlo). No me importa que vengas, te vayas y vuelvas a mi vida a tu antojo.
No hay dolor, ni ilusiones, ni decepciones. Es fácil de entender, aunque difícil
de explicar. Yo no te pido que vuelvas a ser mi destino. Solo te declaro, que
sigues teniendo la cualidad para hacerme feliz sin proponértelo tan siquiera.
Que yo siempre voy a estar aquí para cuando te apetezca tener calor en tus
sábanas. Pero que si tú te vas, yo no iré detrás, yo no tengo porque rogarte.
Ya conoces la canción, te dejo la libertad de hacer conmigo lo que quieras,
de quererme a tu manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario