sábado, 11 de febrero de 2012

Mi corazón se cayó en sus hoyuelos.


Ella era tan pequeña... De las personas más minúsculas que habían ocupado mis ojos. Nunca lo había pensado, pero cuando la conocí me di cuenta de que el amor real solo sucede en primavera. A veces reía, como la primera vez, cuando mi corazón se cayó en sus hoyuelos. Caminaba arropada, despacio, y a mi se me iba el alma gritándole en silencio que mis brazos la querían mucho más que la primavera. Quería abrazarla, dejar un beso en cada centímetro de su nombre y no dejar un lunar sin redondear. Quería escuchar su voz, arreglarle los latidos, prometerle una vida llena de poesía. Quería decirle que por fin todo había cobrado sentido; que anoche, hoy y mañana soñé con ella, y que también la quiero cuando duermo. Quería decirle que me parecía una chica tan bonita, tan frágil y a la vez tan perceptible para las personas que sueñan de noche, tan verde. Era tanto de tan todo que solo me quedaba sonreír por haberla encontrado. Y escribir sobre lo infinito de su presencia. 

 Quería decirle que que era la chica más guapa de mayo y que no iba a poder resistirme a ella cuando nevara. Quería decirle que sus miradas me rompían los huesos, que ella era la culpable del síndrome de Stendhal (que causa un elevado ritmo cardíaco). Quería plantarme frente a ella y decirle: "Adelante, dame tres besos en la nariz y rómpeme el corazón". Y después llevármela a Montmartre sin piloto y con café. No tengo miedo al dolor si viene acompañado de su pequeña mano.

Y pasarán los años y seguirá acaparando todas las primaveras en sus ojos, seguirá manteniendo mi corazón caliente y mis manos heladas. Seguirá siendo capaz de hacer daño a este corazón, que ha sufrido tantos ataques firmados con su nombre, que ya no es capaz de vivir sin ellos. Y yo seguiré jugándome el alma por ella en cada primavera, porque hay días primaverales y días en los que está ella.

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