La antigua inquilina de mi piso se llamaba Amelie. Lo
descubrí el primer día que fui a abrir el buzón del portal. Había llovido mucho
y aún escuchaba el goteo incesante del agua sobre el suelo de mármol, cuando vi
una carta dirigida a ella. Pronto me hice una imagen mental de como sería, de
como olería o se movería,imaginé que sería capaz de sacar la mejor cara en los
peores momentos,que siempre tendría la palabra precisa, la mirada perfecta, imaginé
que ella era capaz de cosas imposibles, sabría hacer galletas de chocolate en
tardes tormentosas o estar siempre ahí cuando la necesitasen. Estaba segura que
sería una enamorada del cine clásico, de la vainilla y de los hoyuelos en las
mejillas. Su piel sería la de un melocotón y nunca llevaría paraguas. Usaría
una bicicleta para dar la vuelta al mundo y tendría conversaciones
interminables con la luna lunera. Es curioso como sin conocer a alguien podemos
llegar a imaginarnos su vida con exactitud, sus emociones, sus sueños, sus
deseos, sus manías... Imaginaba a la Amelie de la película, una de mis
películas favoritas, imaginaba su pelo negro con corte a lo garçon, sus ojos
almendra, su boca rosada y ese halo de inquietante misterio que rodeaba cada cosa
que hacía.
Subí la carta
al piso, la puse sobre la cama y me senté enfrente de ella. Al fin rompí el
precinto pegajoso del dorso y me dispuse a sacar el papel que había en el
interior. Pero de pronto paré, me quedé inmóvil, estática, no, no la abriría,
si me preguntas por que, no sabría contestarte, pero simplemente no lo hice. Nunca abrí esa carta, ni las
posteriores que llegaron, cada mes, durante cinco años.
"Cuando todos los días parecen iguales es
porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en sus
vidas siempre que el sol cruza el cielo"
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