jueves, 19 de abril de 2012

La risa estalla, la sonrisa calla


A sonreír se aprende habiendo llorado mucho. Cuando te suena demasiado cualquier principio. Cuando deja de sorprenderte cualquier final... 
A sonreír se empieza en cuanto se aprende a soñar flojito. Pero hoy no me apetece hablar de sueños. Sino de sonrisas. Y hay muchísimas maneras de estirar la boca.
Uno puede sonreír para sí mismo o puede sonreírle a otro. La primera es por donde se escapan ideas alegres y recuerdos indelebles, la segunda constituye el símbolo universal de la complicidad.
En el último caso, aseguran que dedicarle a alguien tus labios puede ser tan contagioso como un bostezo en el metro.
Luego están las sonrisas que enseñan los dientes y las que se hacen las interesantes.


A partir de ahí, todas las demás. Sonrisas de idiota y sonrisas de listillo. Sonrisas falsas, sonrisas malignas, sonrisas tímidas, arrogantes, sonrisas payasas y sonrisas desesperadas. Sonrisas que invitan a un primer paso y sonrisas que declinan toda invitación. Sonrisas verticales, horizontales, de medio lado, de medio palo y hasta en diagonal.
Da igual la situación en la que te encuentres, una sonrisa bien dibujada siempre te va a ayudar, a ti y seguramente a los demás también.
Para terminar, matización importante. No confundirse. Sonreír no tiene nada que ver con reír. Simplemente comparten letras. La sonrisa crece. La risa estalla. La sonrisa calla. La risa berrea. La sonrisa escucha. La risa habla. Pero si se puede sonreír incluso mientras se llora. Con eso está todo dicho.
De cualquier modo, si hay algo que realmente me fascina del acto de sonreír es lo mucho que se obtiene frente a lo poco que cuesta. Lo poco que abunda frente a lo barato que es.
Lo bien que conozco el teorema.

Y lo poco que me lo sé.



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