
En uno de esos bares cuyas paredes los vería más tarde rendirse a sus más animales instintos alguna que otra noche de borrachera.

Bastó alguna que otra kilo-caloría neoyorkina de más, cigarros de menos, delirios infinitos de nunca jamás, y una advertencia innecesaria:
- Te voy a dar un beso.- Empieza a contar. Uno... ciento cincuenta y tres.
Y después de eso, vino todo lo demás. Todo lo que el destino les había preparado o, como te escribí: Dios, Buddha, Shiva, Karma o Khaos. Unidos. En una noche. Su noche. Noche en que sobraron, no sólo respuestas, sino también preguntas que responder. Una confesión. Una mirada. La entrega. Fueron suficientes... suficientes para siempre.
Ya no se encontraban al mismo nivel de la realidad común, sino que habían inventado otra, la suya, un universo paralelo. Donde los demás no entraban, y del que ellos no podían salir. Quizás porque no querían, quizás porque no lo necesitaban... la cuestión es que no lo hacían. Se dedicaban día y noche a demostrarse, a secas, en cada rincón, todo.
Quería crear un final perfecto para esta pequeña historia y escribirlo para él, pero no he sido capaz. Quizás haya sido una ironía del destino que ha querido dejarme ver una vez más que se ocupará de todo, y que si esto no tiene final en el papel a lo mejor tampoco lo tenga en la vida. Así que prefiero no buscarle un terminar ingenioso, ni original, ni patético. Prefiero no buscárselo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario